Corro
por un laberinto zigzagueante en el que las paredes me repelen elásticamente.
Está oscuro, apenas una luz tenue me permite ver por dónde avanzo. No recuerdo
qué tipo de droga he tomado… quizá sólo sea el alcohol… una amnésica neblina se
ha instalado en mi mente, sólo espero que sea transitoria. La luz se vuelve
parpadeante; rojiza, amarillenta, blanca, no cesa de cambiar su tonalidad.
Apoyadas en las paredes: dispuestas sistemáticamente y alternándose
diagonalmente, se retuercen en forzadas posturas mujeres extravagantes que
ocultan sus pezones tras círculos de cuero, que llevan su pelo rapado por partes, que atraviesan sus
carnes con arandelas de distintos tamaños y grosores y pintan sus cuerpos con
todo tipo de imágenes. Mujeres salidas de algún cabaret clandestino, con cierto
toque futurista. ¿Acaso no soy yo la intrusa en este confuso lugar?
Huyo
asustada porque sé que eso no puede ser real, sé que he debido quedar atrapada
en alguna burbuja espacio – temporal. Corro en busca de una puerta que me deje
salir de ese lúbrico escenario, que inunda mi cuerpo de un estado febril, de
una ensoñación delirante que me debilita por momentos. Corro sin querer mirar
atrás, quiero escapar del país de por siempre jamás.