Esa noche había salido a perderse
por las calles de la urbe, cegada por la ira y el desengaño. En unas horas su
vida se había desbaratado, pero ya no era una adolescente, no estaba dispuesta
a malgastar sus lágrimas tendida en la cama. Caminaba con la mirada turbia y la
mente más vacía que nunca, seguramente había colapsado.
Abrió la puerta de un bar cualquiera y le pareció que en su
interior también era de noche. La decoración era oscura, un tanto tétrica, y
todos los individuos que se encontraban allí vestían de negro, excepto ella. Le
pareció un lugar apropiado, desde ese momento estaría de luto. A parte de eso,
sólo le interesaba ingerir algo muy fuerte, que le quemara la garganta y le
dejara el corazón hecho cenizas. De un lingotazo se bebió un chupito de
absenta, y luego otro, después se detuvo más serena, a observar con más
detenimiento lo que había a su alrededor. No muy lejos de ella, captó su
atención un tipo de pie, que se apoyaba en la barra con aire de suficiencia.
Además de vestir de oscuro, una capa de terciopelo le caía por la espalda,
hecho que llenó de curiosidad a Beca. El hombre esbozó una sonrisa de medio
lado y ella hizo lo mismo, instintivamente.
Dos horas después, se hallaba en una habitación tan oscura
como el bar anterior, alumbrada tan sólo por un par de velas. El hombre de la
capa la tumbó en su cama, mientras Beca se dejaba hacer. De cerca resultaba más
guapo. Rostro algo pálido, aunque muy terso, casi como el de un niño. Pero él
no era ningún niño. Pelo engominado hacia atrás, ojos excesivamente brillantes
y negros, como el luto que llevaba ella desde aquella noche. El hombre
misterioso se despojó de su capa, de su camisa negra, mostrando un torso
musculado y pálido como su propio rostro. Poco después detuvo el cortejo para
llenar dos copas de vino tinto, rojizo. Hablaba poco, solamente para pronunciar
las palabras necesarias, o el nombre de Beca, como en esta ocasión. Su voz era
muy grave y varonil, parecía de ultratumba. Ella estaba magnetizada por ese
peculiar caballero que parecía calcular cada uno de sus movimientos con
precisión de relojero. Eso la excitaba, y mucho, hacía tiempo que no
experimentaba un ritual de apareamiento similar.
Beca sintió como aquel caballero apuesto volcaba la copa de
vino sobre su cuello, provocando que un reguero se deslizara hasta su escote y
bajara rápidamente hasta alcanzar su ombligo y otros lugares insospechados. Eso
la excitó con más intensidad.
- Parece sangre - susurró él con la mirada muy fija, al
tiempo que sonreía mostrando unos prominentes colmillos.
- ¿Eres un vampiro? - preguntó Beca con la voz entrecortada.
Entonces, el hombre lamió las gotas de vino que salpicaban
su cuello y mordió con intensidad.
Ella profirió un grito de dolor y placer. Al fin había
encontrado al chupasangre que se merecía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario